Ya saben que me gusta experimentar, —y un poco también el rocanrol— y he de confesar que para empezar esta columna he recurrido a la inteligencia artificial buscando un titular clickbait; de esos que les hagan sí o sí pinchar en el enlace. Sin embargo no me ha convencido lo que el cerebro de transistores me ha ofrecido porque considero para entender y amar a Miguel Hernández hace falta corazón y sentido estético de lo bello, algo que ese conjunto de ceros y unos no podrá tener jamás.
Una persona en cuyos gustos confío me habló varias veces de Miguel Hernández. Para mí, he de reconocer, era un autor más de una época que no fue demasiado buena para los poetas (muerte, prisión, exilio u ostracismo) pero si fructífera en cuanto a la poesía.
Es en 1927 cuando encontramos a un joven pastor oriolano que empieza a escribir una serie de composiciones que desembocarán en un poemario llamado “Perito en lunas”. Podría ser un libro más, pero no. En él vemos cómo se crea una voz propia y una estética que bebe de la tensión barroca y de los elementos pastoriles y populares en los que se sostiene el “Soledades” de Luis de Góngora. Qué decir de un poeta, apenas un niño, que bebe y se emborracha de una obra que a día de hoy ha de ser leída con notas al pie por el grueso de los mortales e incluso por quienes se tienen por expertos en el género dada la complejidad de la misma.
Mi cicerone particular me dice: “hay cosas y personas que nunca serán susceptibles de likes”, y yo, que veo poesía hasta en las costuras de un viejo pantalón, que necesito tan solo un par de palabras para inspirarme y que me encuentro en un momento pleno de búsqueda de lo que por sí mismo es bello, me dispongo a investigar y a pensar el por qué este 2022 a punto de acabar no ha sido el año de Miguel Hernández pese a que se cumplen 80 años justos de su muerte y que en este país contamos con un gobierno, en principio, afín a las ideas del vate alicantino.
Así pues, busco la belleza y leo.
Y me encuentro un poeta diferente al esperado. Confieso que esperaba reencontrarme con el cabrero que evoluciona de la simplicidad a la vanguardia, de la sencillez técnica a la complejidad de mantener ritmo y fondo. Métrica y estética se dan la mano para tornarse en saetas que viajan directamente hacia el corazón bien mediante el amor (Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,/ que son dos hormigueros solitarios,/ y son mis manos sin las tuyas varios/ intratables espinos a manojos...), bien mediante otro tipo de emociones, como las que provoca la muerte (El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana:/ este lienzo de ahora sobre madera aún verde,/ flota como la tierra, se sume en la besana/ donde el deseo encuentra los ojos y los pierde.) Belleza en estado puro.
Pero no es la poesía de Miguel la que me arranca a escribir esta columna, sino su olvido. Yo le conocí en uno de aquellos libros de Anaya de lengua castellana de la época de la EGB, donde recogían sus “Nanas de la cebolla”. Yo fui un niño tremendamente influido por aquellos textos de infancia y por supuesto por aquella, quizás la más trágica, canción de cuna de la lengua española. Ochenta y cuatro versos y doce estrofas que ayudaron a apuntalar las bases del poeta que quisiera ser. Sin embargo me apena pensar que las nuevas generaciones tendrán que buscar y rebuscar para acercarse a la obra de poetas como Hernández dado que los libros de texto, currículums y demás aberraciones legislativas emanadas del monstruo curricular actual soslayan, creo que de forma deliberada, la educación literaria y sus figuras más representativas de los últimos tiempos en pos de otras con más contenido acorde a sus objetivos políticos. Algún día hablaremos de ello.
Y así, yo reivindico a Miguel Hernández no como un poeta de lo bello, sino como poeta de guerra, como libro clandestino y boca a boca en tiempos grises. Como preso de posguerra y foto en blanco y negro. El rapsoda estremecedor que algunos llamaron “domador del barroco” y otros “adaliz de la sencillez y de la poesía popular”. Ojos pardos en el DNI y azules según quienes le conocieron. El poeta que cuidaba cabras y que cabrea a los poderosos. El que se olvida y se recuerda al antojo de unos y de otros. Poesía de combate verdadera, poesía de compañero de trinchera sea cual sea su ideología, pues en él estaba la crítica a lo establecido. La reivindicación de la luminosidad de su Orihuela para todo el mundo, sea quien sea, venga de donde venga. Da escalofríos pensar en las condiciones en las que tuvo que haber escrito sus últimas obras, sobretodo “Viento del pueblo” y “El hombre acecha” y aún a pesar de estar escritos en el barro de una guerra fratricida desprenden elegancia formal y emoción que parte de las entrañas y de quien escribe hacia el corazón del lector. La belleza está viva en tanto en cuanto la libertad es bella aunque se presente con palabras relacionadas con la guerra, con la muerte, con el frío…
Reivindico con la obra de Miguel Hernández sus valores: el esfuerzo personal, el autodidactismo, el perseguir un sueño hasta cumplirlo, la sencillez, el amor por la familia y por el prójimo; el compromiso con los demás y consigo mismo. Valores todos ellos que a día de hoy están denostados o han perdido gran parte de su valor, tal y como se pretende también con su obra.
Convertir al poeta en el “hielo negro” del que habla en su más famoso poema es relativamente fácil escudándonos en su ideología, en su complicación formal o en la aspereza de algunas de sus imágenes. Reivindicarlo conlleva significarse políticamente, mojarse, mancharse en tiempos en los que el que se mueva no sale en la foto. La Orihuela que conocí buscando la luz mediterránea que le amamantó como poeta era una Orihuela que le miraba de soslayo desde el paseo “Viento del pueblo”, y es que el poeta quizás falleció demasiado joven, a una edad en la que hoy en día la única guerra en la que las generaciones futuras intentan salvar su vida proviene del Call of duty de su Playstation. A esa generación LOMLOQUESEA a la que las leyes educativas les pasan por encima sin contemplar que ellos y sus maestros son quienes las sufren, a ellos y ellas, que jamás tendrán una antología que les descubra la literatura con mayúsculas a edad temprana, a ellos y ellas, que dominan el scroll con sus pulgares pero cada vez tienen menor competencia lingüística, cultural y artística, para ellos y ellas, los que crean mayoritariamente likes y dislikes con esos mismos pulgares como si de emperadores romanos que permiten vivir o no al esclavo que se bate en duelo en la arena, va el titular en forma de clickbait que “Chat GPT” me ha regalado.
"¡Sorprendente! Descubre cómo Miguel Hernández sigue vivo en nuestros corazones y promete nunca ser olvidado".
Y yo, que solo soy un humano al que le gusta el rock and roll, apostillo a esto: léanlo con corazón y alma. Admírense y prometan firmemente no olvidarlo. Formen conmigo y mi cicerone literario ese pequeño ejército que más allá de ideologías y sectarismos está convencido de que la belleza, tanta belleza, finalmente, salvará el mundo.
¡Chúpate esa, inteligencia artificial! Jamás podrás disfrutar de Miguel Hernández ni podrás tampoco bailar rocanrol.
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