David FueyoEscritor |
Como esto del columnismo en parte también va de confesiones comencemos con la de que hoy nos ocupa. Confieso que hasta hace unos días no me había adentrado, quizás por pereza o por mero desconocimiento de lo que allí había, en el universo Tolkien. Más allá de la épica, de la representación del viaje circular del héroe o de la filosofía que subyace en su obra, lo que realmente me maravilla es su capacidad para crear una cosmogonía coherente en la que todo cuadre y tenga sólidos cimientos. Literariamente esto es lo que se llama un worldbuilding y en el caso de la Tierra Media puede que nos encontremos con su paradigma perfecto, ya que además de un mundo perfectamente articulado con sus diferentes contrapesos también nos encontramos un universo de lenguajes creados ex profeso en lo que el propio Tolkien denominó como glossopeia.
En este caso en concreto el proceso creativo bebe de la historia, de la tradición, de la lingüística y de la naturaleza. Estos cuatro pilares son fundamentales en la obra de Tolkien y articulan un mundo en el que llevan décadas viviendo los seres a los que él dotó de vida en sus libros además de todos aquellos que mediante el rol o su propia creatividad han transitado y seguirán haciéndolo durante generaciones por ese universo imaginario.
Incido en la importancia del lenguaje como pasaporte para este nuevo mundo. Así, tras consultar a mi cicerone particular, encuentro en apenas unos instantes en mi móvil no solo el diccionario Español-Quenya en el que al aire se le llama Vilya o a la luz de una estrella se le denomina sugerentemente como Silme, sino toda una gramática articulada desde la imaginación de una única persona que además recoge un registro coloquial del propio lenguaje o una sintaxis propia. Me estalla la cabeza solo de pensar en la profundidad y complejidad de la obra de Tolkien.
Hay en la literatura más ejemplos destacados de neolenguas. Partimos de que el término neolengua surge en la icónica obra 1984 de George Orwell, en la cual se simplifica hasta el extremo un idioma ya de por si pragmático como es el inglés. Con sus respectivas traducciones nos encontramos con expresiones como caracrimen que significa algo así como poner gesto contrariado ante los avances del régimen o vaporización que representa un estado de represión en el que se borra tanto la persona como su obra que ha hecho algo en contra del poder establecido. En este caso son varias decenas las palabras inventadas para la historia.
Además de estos dos ejemplos encontramos neolenguas en la ficción literaria en obras como Star Trek (el klingdom) el na´vi del mundo Avatar o el nadsat de La naranja mecánica, desarrollado por Anthony Burguess. Todos ellos pretenden representar mediante el lenguaje una nueva realidad, unos nuevos límites tanto en el territorio como en la sociedad o sociedades que lo pueblan. Siguiendo la estela de Chomsky, creo que no en vano la literatura trata de transmitir emociones, y estas necesitan de las palabras para ser transmitidas. Es la propia sociedad la que consigue adoptar ese tipo de emociones, reconocerlas entre el maremágnum de las mismas y utilizar el nombre que para ellas alguien también utiliza o, como es en el caso de en las neolenguas, ha inventado para ello.
La conexión entre lenguaje y emoción es plena y entre esta última y la voluntad es también en muchas ocasiones mínimas. Pese a ser considerada como pseudociencia, la técnica de la programación neurolingüística (PNL) afirma que las palabras pueden modelar habilidades e incluso voluntades, siendo la lengua una especie de “programación mental” que, como si nuestro cerebro se tratase de una computadora, recibe inputs y ejecuta outputs, es decir, recibe información sesgada por cómo se utilizan esos vocablos que admite, los interpreta y transforma ya sea en otras palabras, en acciones, en literatura o también, porque no, en normas y leyes escritas.
Alex Grijelmo va un paso más allá en La seducción de las palabras explicando el arraigo de las expresiones en la inteligencia personal y social en cuanto a que son la clave de la transmisión cultural así como la estructura de la razón donde viven las ideas, sentimientos y pensamiento. Este postulado dota de una importancia capital a las palabras y su relación con la libertad en tanto en cuanto nos da a entrever que quien domina los lenguajes domina también nuestra mente, emociones y voluntad.
Se abre un universo de debate ante quienes están a favor o en contra de estos postulados. Aunque tengo mis dudas (no sería yo si no las tuviera), sí que en la vida real vemos casos en los que determinadas palabras son consideradas tabú de la noche a la mañana y sustituidas por otras teóricamente más neutras, cuando, en realidad, lo que sucede es que se está empobreciendo el lenguaje, sintetizándolo y cerrando los campos mentales en los que las palabras pueden nombrar estas ideas y emociones, es decir; si no puedo nombrarlo no existe, y para que no exista lo mejor es vaporizarlo. Así de simple.
La neolengua es el idioma nativo de la posverdad. Toda corrección artificial es censura venga de donde venga. Hay maravillosas palabras en el castellano que quedan apartadas porque aquello a lo que designan directamente también ha quedado en desuso. Me vienen a la cabeza términos como “miriñaque” o “zahurda”, ambas recogidas por el escritor y también columnista de EL IMPARCIAL Ernesto Colsa en un soneto compuesto únicamente por palabras obsoletas. Otras han sido sustituidas por extranjerismos —¿alguien sigue utilizando el “de acuerdo” en vez del “OK”?— o simplemente se refieren a representaciones que han desaparecido del ideario general, como por ejemplo “recórcholis” en pos de otras lingüísticamente hablando más económicas; ya saben a qué me refiero.
Pasamos de la genialidad de los lenguajes literarios inventados al eufemismo simplón puro y duro de la política. Si solo fuera eso todavía tendría un pase, pero leemos en las últimas leyes construcciones lingüísticas inverosímiles que vía BOE se convierten en ley escrita. Los “recortes” ahora son ajustes, el “cambio de ponderación impositiva” es una subida de impuestos simple, la “moderación salarial” es una bajada de sueldos y el “peaje solidario” es que nos van a meter la mano en el bolsillo de nuevo. En la 15mpedia.org tienen ustedes un bien nutrido diccionario de términos políticos a la orden del día para intentar aclararse entre toda la maraña que, aunque tiene poca consistencia, a algún despistado logra atrapar y confundir en lo que perversamente se llama “higiene verbal”.
Sin embargo, dentro de toda la confusión que esta apropiación de las palabras tiene para su uso político, llama la atención por lo escandaloso del trasfondo la utilización de palabros y expresiones novedosas que impregnan la nueva ley educativa de la que algún día hablaremos largo y tendido. El lenguaje pedagógico es una especie de Skynet en las películas de Terminator. Les refresco la memoria si no son ustedes tan freakys, ¡uy, perdón!, tan estrambóticos como yo soy con las películas del robot salvador de la humanidad. En ellas un ordenador cobra conciencia de su propia existencia y lucha contra los humanos que hasta ese momento le manejaban. Eso mismo le sucede al lenguaje pedagógico que, consciente de su capacidad de enmascarar y cambiar significados, evoluciona hacia convertirse en algo críptico y dual, consiguiendo que las palabras enmascaren intenciones poco claras y que puedan llegar a interpretarse de diferentes formas y que, además, a ser posible, borren a sus antecesoras.
Así vemos como los nuevos términos convertidos en ley se convierten en contenedores ideológicos para conceptos retorcidos y confusos en los que reina el “todo vale” si a mí, que legislo, me conviene y si no pues decimos lo contrario. En las antípodas de la literatura, en los lugares más remotos al desarrollo de la imaginación se mueven las “Competencias específicas”, “Saberes básicos” e “Indicadores de logro” que, precisamente, debieran servir para propulsar la imaginación y destreza de las nuevas generaciones que nos sucederán en un futuro que imagino incierto y farragoso en cuanto a cómo los boomers como yo nos vamos a tener que desenvolver con nuestro lenguaje, el mismo que nos enseñaron en la EGB los escolapios con un libro escrito por Lázaro Carreter y luego por otro de Emilio Alarcos. Nos dirán que estamos over-prepared y que nuestra misión es la de ser unos viejos jarrones chinos cogiendo polvo al lado de los libros de papel. Lo veremos. Al tiempo.
Entre todo esto que les cuento también cabe lugar a la esperanza. En una reciente cena el mismo Ernesto Colsa, guardián de palabras como es, me enseñó una nueva. Sí, a los cuarenta y tantos se sigue aprendiendo y uno se sorprende y no entiende como puede ser que haya estado tanto tiempo sin hablar de lo que es un resopón. Como buen maestro les pongo deberes. Vayan al diccionario y busquen todas las palabras que aquí les regalo y cuyo significado no he querido explicarles. Usen el diccionario de la RAE, porque allí está la totalidad de los términos que, como mi amigo Ernesto, todos debemos utilizar y proteger. Busquen un buen zaquizamí, cojan un buen calamocano de letras y vean como con las palabras que ya tenemos, las que hemos heredado de nuestros antepasados, también se puede hacer crisopeya.