domingo, 22 de diciembre de 2024

La neolengua me produce saburra

 


Publicado originalmente en "El imparcial" martes 03 de enero de 202320:14h
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David Fueyo

Escritor

Como esto del columnismo en parte también va de confesiones comencemos con la de que hoy nos ocupa. Confieso que hasta hace unos días no me había adentrado, quizás por pereza o por mero desconocimiento de lo que allí había, en el universo Tolkien. Más allá de la épica, de la representación del viaje circular del héroe o de la filosofía que subyace en su obra, lo que realmente me maravilla es su capacidad para crear una cosmogonía coherente en la que todo cuadre y tenga sólidos cimientos. Literariamente esto es lo que se llama un worldbuilding y en el caso de la Tierra Media puede que nos encontremos con su paradigma perfecto, ya que además de un mundo perfectamente articulado con sus diferentes contrapesos también nos encontramos un universo de lenguajes creados ex profeso en lo que el propio Tolkien denominó como glossopeia.

En este caso en concreto el proceso creativo bebe de la historia, de la tradición, de la lingüística y de la naturaleza. Estos cuatro pilares son fundamentales en la obra de Tolkien y articulan un mundo en el que llevan décadas viviendo los seres a los que él dotó de vida en sus libros además de todos aquellos que mediante el rol o su propia creatividad han transitado y seguirán haciéndolo durante generaciones por ese universo imaginario.

Incido en la importancia del lenguaje como pasaporte para este nuevo mundo. Así, tras consultar a mi cicerone particular, encuentro en apenas unos instantes en mi móvil no solo el diccionario Español-Quenya en el que al aire se le llama Vilya o a la luz de una estrella se le denomina sugerentemente como Silme, sino toda una gramática articulada desde la imaginación de una única persona que además recoge un registro coloquial del propio lenguaje o una sintaxis propia. Me estalla la cabeza solo de pensar en la profundidad y complejidad de la obra de Tolkien.

Hay en la literatura más ejemplos destacados de neolenguas. Partimos de que el término neolengua surge en la icónica obra 1984 de George Orwell, en la cual se simplifica hasta el extremo un idioma ya de por si pragmático como es el inglés. Con sus respectivas traducciones nos encontramos con expresiones como caracrimen que significa algo así como poner gesto contrariado ante los avances del régimen o vaporización que representa un estado de represión en el que se borra tanto la persona como su obra que ha hecho algo en contra del poder establecido. En este caso son varias decenas las palabras inventadas para la historia.

Además de estos dos ejemplos encontramos neolenguas en la ficción literaria en obras como Star Trek (el klingdom) el na´vi del mundo Avatar o el nadsat de La naranja mecánica, desarrollado por Anthony Burguess. Todos ellos pretenden representar mediante el lenguaje una nueva realidad, unos nuevos límites tanto en el territorio como en la sociedad o sociedades que lo pueblan. Siguiendo la estela de Chomsky, creo que no en vano la literatura trata de transmitir emociones, y estas necesitan de las palabras para ser transmitidas. Es la propia sociedad la que consigue adoptar ese tipo de emociones, reconocerlas entre el maremágnum de las mismas y utilizar el nombre que para ellas alguien también utiliza o, como es en el caso de en las neolenguas, ha inventado para ello.

La conexión entre lenguaje y emoción es plena y entre esta última y la voluntad es también en muchas ocasiones mínimas. Pese a ser considerada como pseudociencia, la técnica de la programación neurolingüística (PNL) afirma que las palabras pueden modelar habilidades e incluso voluntades, siendo la lengua una especie de “programación mental” que, como si nuestro cerebro se tratase de una computadora, recibe inputs y ejecuta outputs, es decir, recibe información sesgada por cómo se utilizan esos vocablos que admite, los interpreta y transforma ya sea en otras palabras, en acciones, en literatura o también, porque no, en normas y leyes escritas.

Alex Grijelmo va un paso más allá en La seducción de las palabras explicando el arraigo de las expresiones en la inteligencia personal y social en cuanto a que son la clave de la transmisión cultural así como la estructura de la razón donde viven las ideas, sentimientos y pensamiento. Este postulado dota de una importancia capital a las palabras y su relación con la libertad en tanto en cuanto nos da a entrever que quien domina los lenguajes domina también nuestra mente, emociones y voluntad.

Se abre un universo de debate ante quienes están a favor o en contra de estos postulados. Aunque tengo mis dudas (no sería yo si no las tuviera), sí que en la vida real vemos casos en los que determinadas palabras son consideradas tabú de la noche a la mañana y sustituidas por otras teóricamente más neutras, cuando, en realidad, lo que sucede es que se está empobreciendo el lenguaje, sintetizándolo y cerrando los campos mentales en los que las palabras pueden nombrar estas ideas y emociones, es decir; si no puedo nombrarlo no existe, y para que no exista lo mejor es vaporizarlo. Así de simple.

La neolengua es el idioma nativo de la posverdad. Toda corrección artificial es censura venga de donde venga. Hay maravillosas palabras en el castellano que quedan apartadas porque aquello a lo que designan directamente también ha quedado en desuso. Me vienen a la cabeza términos como “miriñaque” o “zahurda”, ambas recogidas por el escritor y también columnista de EL IMPARCIAL Ernesto Colsa en un soneto compuesto únicamente por palabras obsoletas. Otras han sido sustituidas por extranjerismos —¿alguien sigue utilizando el “de acuerdo” en vez del “OK”?— o simplemente se refieren a representaciones que han desaparecido del ideario general, como por ejemplo “recórcholis” en pos de otras lingüísticamente hablando más económicas; ya saben a qué me refiero.

Pasamos de la genialidad de los lenguajes literarios inventados al eufemismo simplón puro y duro de la política. Si solo fuera eso todavía tendría un pase, pero leemos en las últimas leyes construcciones lingüísticas inverosímiles que vía BOE se convierten en ley escrita. Los “recortes” ahora son ajustes, el “cambio de ponderación impositiva” es una subida de impuestos simple, la “moderación salarial” es una bajada de sueldos y el “peaje solidario” es que nos van a meter la mano en el bolsillo de nuevo. En la 15mpedia.org tienen ustedes un bien nutrido diccionario de términos políticos a la orden del día para intentar aclararse entre toda la maraña que, aunque tiene poca consistencia, a algún despistado logra atrapar y confundir en lo que perversamente se llama “higiene verbal”.

Sin embargo, dentro de toda la confusión que esta apropiación de las palabras tiene para su uso político, llama la atención por lo escandaloso del trasfondo la utilización de palabros y expresiones novedosas que impregnan la nueva ley educativa de la que algún día hablaremos largo y tendido. El lenguaje pedagógico es una especie de Skynet en las películas de Terminator. Les refresco la memoria si no son ustedes tan freakys, ¡uy, perdón!, tan estrambóticos como yo soy con las películas del robot salvador de la humanidad. En ellas un ordenador cobra conciencia de su propia existencia y lucha contra los humanos que hasta ese momento le manejaban. Eso mismo le sucede al lenguaje pedagógico que, consciente de su capacidad de enmascarar y cambiar significados, evoluciona hacia convertirse en algo críptico y dual, consiguiendo que las palabras enmascaren intenciones poco claras y que puedan llegar a interpretarse de diferentes formas y que, además, a ser posible, borren a sus antecesoras.

Así vemos como los nuevos términos convertidos en ley se convierten en contenedores ideológicos para conceptos retorcidos y confusos en los que reina el “todo vale” si a mí, que legislo, me conviene y si no pues decimos lo contrario. En las antípodas de la literatura, en los lugares más remotos al desarrollo de la imaginación se mueven las “Competencias específicas”, “Saberes básicos” e “Indicadores de logro” que, precisamente, debieran servir para propulsar la imaginación y destreza de las nuevas generaciones que nos sucederán en un futuro que imagino incierto y farragoso en cuanto a cómo los boomers como yo nos vamos a tener que desenvolver con nuestro lenguaje, el mismo que nos enseñaron en la EGB los escolapios con un libro escrito por Lázaro Carreter y luego por otro de Emilio Alarcos. Nos dirán que estamos over-prepared y que nuestra misión es la de ser unos viejos jarrones chinos cogiendo polvo al lado de los libros de papel. Lo veremos. Al tiempo.

Entre todo esto que les cuento también cabe lugar a la esperanza. En una reciente cena el mismo Ernesto Colsa, guardián de palabras como es, me enseñó una nueva. Sí, a los cuarenta y tantos se sigue aprendiendo y uno se sorprende y no entiende como puede ser que haya estado tanto tiempo sin hablar de lo que es un resopón. Como buen maestro les pongo deberes. Vayan al diccionario y busquen todas las palabras que aquí les regalo y cuyo significado no he querido explicarles. Usen el diccionario de la RAE, porque allí está la totalidad de los términos que, como mi amigo Ernesto, todos debemos utilizar y proteger. Busquen un buen zaquizamí, cojan un buen calamocano de letras y vean como con las palabras que ya tenemos, las que hemos heredado de nuestros antepasados, también se puede hacer crisopeya.

viernes, 13 de diciembre de 2024

Miguel Hernández: prometo no olvidarte


Publicado en El Imparcial, el martes 20 de diciembre de 202220:36h


Ya saben que me gusta experimentar, —y un poco también el rocanrol— y he de confesar que para empezar esta columna he recurrido a la inteligencia artificial buscando un titular clickbait; de esos que les hagan sí o sí pinchar en el enlace. Sin embargo no me ha convencido lo que el cerebro de transistores me ha ofrecido porque considero para entender y amar a Miguel Hernández hace falta corazón y sentido estético de lo bello, algo que ese conjunto de ceros y unos no podrá tener jamás.

Una persona en cuyos gustos confío me habló varias veces de Miguel Hernández. Para mí, he de reconocer, era un autor más de una época que no fue demasiado buena para los poetas (muerte, prisión, exilio u ostracismo) pero si fructífera en cuanto a la poesía.

Es en 1927 cuando encontramos a un joven pastor oriolano que empieza a escribir una serie de composiciones que desembocarán en un poemario llamado “Perito en lunas”. Podría ser un libro más, pero no. En él vemos cómo se crea una voz propia y una estética que bebe de la tensión barroca y de los elementos pastoriles y populares en los que se sostiene el “Soledades” de Luis de Góngora. Qué decir de un poeta, apenas un niño, que bebe y se emborracha de una obra que a día de hoy ha de ser leída con notas al pie por el grueso de los mortales e incluso por quienes se tienen por expertos en el género dada la complejidad de la misma.

Mi cicerone particular me dice: “hay cosas y personas que nunca serán susceptibles de likes”, y yo, que veo poesía hasta en las costuras de un viejo pantalón, que necesito tan solo un par de palabras para inspirarme y que me encuentro en un momento pleno de búsqueda de lo que por sí mismo es bello, me dispongo a investigar y a pensar el por qué este 2022 a punto de acabar no ha sido el año de Miguel Hernández pese a que se cumplen 80 años justos de su muerte y que en este país contamos con un gobierno, en principio, afín a las ideas del vate alicantino.

Así pues, busco la belleza y leo.

Y me encuentro un poeta diferente al esperado. Confieso que esperaba reencontrarme con el cabrero que evoluciona de la simplicidad a la vanguardia, de la sencillez técnica a la complejidad de mantener ritmo y fondo. Métrica y estética se dan la mano para tornarse en saetas que viajan directamente hacia el corazón bien mediante el amor (Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,/ que son dos hormigueros solitarios,/ y son mis manos sin las tuyas varios/ intratables espinos a manojos...), bien mediante otro tipo de emociones, como las que provoca la muerte (El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana:/ este lienzo de ahora sobre madera aún verde,/ flota como la tierra, se sume en la besana/ donde el deseo encuentra los ojos y los pierde.) Belleza en estado puro.

Pero no es la poesía de Miguel la que me arranca a escribir esta columna, sino su olvido. Yo le conocí en uno de aquellos libros de Anaya de lengua castellana de la época de la EGB, donde recogían sus “Nanas de la cebolla”. Yo fui un niño tremendamente influido por aquellos textos de infancia y por supuesto por aquella, quizás la más trágica, canción de cuna de la lengua española. Ochenta y cuatro versos y doce estrofas que ayudaron a apuntalar las bases del poeta que quisiera ser. Sin embargo me apena pensar que las nuevas generaciones tendrán que buscar y rebuscar para acercarse a la obra de poetas como Hernández dado que los libros de texto, currículums y demás aberraciones legislativas emanadas del monstruo curricular actual soslayan, creo que de forma deliberada, la educación literaria y sus figuras más representativas de los últimos tiempos en pos de otras con más contenido acorde a sus objetivos políticos. Algún día hablaremos de ello.

Y así, yo reivindico a Miguel Hernández no como un poeta de lo bello, sino como poeta de guerra, como libro clandestino y boca a boca en tiempos grises. Como preso de posguerra y foto en blanco y negro. El rapsoda estremecedor que algunos llamaron “domador del barroco” y otros “adaliz de la sencillez y de la poesía popular”. Ojos pardos en el DNI y azules según quienes le conocieron. El poeta que cuidaba cabras y que cabrea a los poderosos. El que se olvida y se recuerda al antojo de unos y de otros. Poesía de combate verdadera, poesía de compañero de trinchera sea cual sea su ideología, pues en él estaba la crítica a lo establecido. La reivindicación de la luminosidad de su Orihuela para todo el mundo, sea quien sea, venga de donde venga. Da escalofríos pensar en las condiciones en las que tuvo que haber escrito sus últimas obras, sobretodo “Viento del pueblo” y “El hombre acecha” y aún a pesar de estar escritos en el barro de una guerra fratricida desprenden elegancia formal y emoción que parte de las entrañas y de quien escribe hacia el corazón del lector. La belleza está viva en tanto en cuanto la libertad es bella aunque se presente con palabras relacionadas con la guerra, con la muerte, con el frío…

Reivindico con la obra de Miguel Hernández sus valores: el esfuerzo personal, el autodidactismo, el perseguir un sueño hasta cumplirlo, la sencillez, el amor por la familia y por el prójimo; el compromiso con los demás y consigo mismo. Valores todos ellos que a día de hoy están denostados o han perdido gran parte de su valor, tal y como se pretende también con su obra.

Convertir al poeta en el “hielo negro” del que habla en su más famoso poema es relativamente fácil escudándonos en su ideología, en su complicación formal o en la aspereza de algunas de sus imágenes. Reivindicarlo conlleva significarse políticamente, mojarse, mancharse en tiempos en los que el que se mueva no sale en la foto. La Orihuela que conocí buscando la luz mediterránea que le amamantó como poeta era una Orihuela que le miraba de soslayo desde el paseo “Viento del pueblo”, y es que el poeta quizás falleció demasiado joven, a una edad en la que hoy en día la única guerra en la que las generaciones futuras intentan salvar su vida proviene del Call of duty de su Playstation. A esa generación LOMLOQUESEA a la que las leyes educativas les pasan por encima sin contemplar que ellos y sus maestros son quienes las sufren, a ellos y ellas, que jamás tendrán una antología que les descubra la literatura con mayúsculas a edad temprana, a ellos y ellas, que dominan el scroll con sus pulgares pero cada vez tienen menor competencia lingüística, cultural y artística, para ellos y ellas, los que crean mayoritariamente likes y dislikes con esos mismos pulgares como si de emperadores romanos que permiten vivir o no al esclavo que se bate en duelo en la arena, va el titular en forma de clickbait que “Chat GPT” me ha regalado.

"¡Sorprendente! Descubre cómo Miguel Hernández sigue vivo en nuestros corazones y promete nunca ser olvidado".

Y yo, que solo soy un humano al que le gusta el rock and roll, apostillo a esto: léanlo con corazón y alma. Admírense y prometan firmemente no olvidarlo. Formen conmigo y mi cicerone literario ese pequeño ejército que más allá de ideologías y sectarismos está convencido de que la belleza, tanta belleza, finalmente, salvará el mundo.

¡Chúpate esa, inteligencia artificial! Jamás podrás disfrutar de Miguel Hernández ni podrás tampoco bailar rocanrol.

sábado, 7 de diciembre de 2024

Todos somos estoicos (en Forocoches, claro)


Publicado en "El Imparcial", jueves 08 de diciembre de 2022

 Una vez que España ha sido eliminada del mundial repaso los artículos sobre Luis Enrique en los que se dice que él es el prototipo de nuevo estoico y que son muchísimos los emprendedores que utilizan esta filosofía de vida en todos los ámbitos, incluido en el de los negocios. Parece ser que carecer de emociones o preocuparse solo de lo que a uno le atañe son formas confusas de entender esta filosofía que tiene más de dos mil años de edad (en realidad unos dos mil trescientos si consideramos a Zenón de Citio como su primer representante) y que a algunos les suena de haberla estudiado muy por encima en el instituto.

El estoicismo ha vuelto porque, al contrario de las religiones puras no muestra infiernos o castigos a las malas acciones, sino que permite una y otra vez reengancharse a la disciplina que exige ser un estoico de verdad; estar más allá de lo que uno puede presumir en un foro anónimo o bien cargándose del misterio que todo filósofo en ciernes guarda en su interior.

Un piloto afirma que Epicteto (ilustración) fue su salvación mientras estuvo preso en Vietnam.


En este caso esta corriente se demuestra viviendo según sus preceptos, rompiendo antiguos esquemas mentales e interiorizando la sabiduría de los clásicos: el estoicismo lo tiene todo para convertirse en “viral” en estos tiempos de scrolling e inmediatez debido a los medios digitales, sobretodo porque sus enseñanzas pueden resumirse en pequeñas píldoras ideales para hacer reflexionar unos instantes, para hacer el tweet más atractivo o para hacerse un tatuaje molón. Nadie es anti-estoico, y eso, en esta coyuntura, es mucho.


Leo el libro recientemente publicado por Pepe García (@elestoicoesp) y me encuentro con un manual de vida para personas de acción que a la vez es una medicina para el alma. Esto conlleva que quienes se acerquen a esta filosofía tengan un importante saco de heridas que sanar. El estoicismo se presenta así como una segunda oportunidad de vivir, una forma de cambiar de vida y de contraponerse al placer más característico del hedonismo frente al bienestar emocional y físico que puede producir el deporte y la meditación. Se trata, según mi punto de vista, en una especie de descanso del guerrero en el que mediante la reflexión y la disciplina de la práctica podemos seguir los preceptos de Marco Aurelio, uno de sus tres autores clásicos básicos, cuando dijo aquello de “Deja de argumentar la forma de ser un gran hombre. Sé uno”.


Y esto ¿cómo se consigue en 2022? Siguiendo los mismos principios filosóficos de hace 2000 años: buscando la plena felicidad estando en armonía con nosotros, con la naturaleza y con los demás. “¿Cuánto tiempo tardarás en demandar lo mejor de ti mismo?” nos cuestiona Epicteto desde su Nicópolis de hace 2000 años. Y esa pregunta resuena en nuestro interior y actuamos en consecuencia. Utilizamos aplicaciones del móvil para meditar, estrenamos un cuaderno que garabateamos a modo de diario y colgamos en nuestros despachos frases del tipo “Si no está bien no lo hagas; si no es verdad, no lo digas”, pero el mundo ahí fuera sigue siendo el mismo y nuestro nuevo yo, recién meditado, se encuentra con un atasco en una mañana de lluvia o bien con el típico listillo de la cola del supermercado y adiós todo lo meditado y todas las buenas intenciones. Esa noche ya no habrá anotación en el diario.


El estoicismo está más allá de todo esto. No es una moda. Es un modo de vida al que cuesta adaptarse pero que en realidad crea un mundo mejor. Meditar sirve para conocerse uno a sí mismo. Para hablar con nuestro yo interior y retomarnos a nosotros para dejar de ser extraños ante el espejo; seres a veces disueltos entre discusiones, prisas y telebasura. Un amigo psicólogo me invitó hace mucho tiempo a escuchar a Shakira y a leer cosas alegres “del tipo de La conjura de los necios de Kennedy Toole”. Lo hice pero mi vida no cambió, sin embargo veo que el estoicismo poco a poco está creando en mí pequeñas transformaciones sobretodo en cuanto a considerarme un ser social que también ha de ser útil para la sociedad desde el momento en el que soy útil para mi mismo.


Dijo Séneca, el otro de los tres grandes estoicos que “El espíritu ha de ser llamado a rendir cuentas a diario” y en ese sentido soy implacable. Busco la ataraxia o serenidad en mis actos. Leo más, escribo más, escucho más podcast, presto más atención (prosoche), agradezco más, sufro a posta y de forma controlada más (premeditatio malorum), pretendo actuar más por valores que por sentimientos y sobre todo intento llevar a cabo la dicotomía del control, es decir, procuro ser un ser social tal y como la naturaleza me dispuso pretendiendo discernir aquello que está bajo mi control de lo que no está. Y también flaqueo y vuelvo a comenzar de cero, es cierto. La ira es uno de los vicios principales a atajar. Tengo en mi móvil una aplicación de citas estoicas y sobre mi mesita de noche las Meditaciones de Marco Aurelio, emperador romano que conjugó el estoicismo con el cristianismo haciendo que ambas perspectivas de vida compartan ciertos preceptos comunes.


Si hay una imagen que lleva años dando vueltas a mi cabeza es la de los Brokers Senior de la película Boiler Room (Ben Younger, 2000) entre los que se encontraba un hipermotivado Vin Diesel, haciendo una especie de botellón en el que el entretenimiento principal era salir al centro de la sala frente a la televisión a recitar las frases más memorables de Gordon Geeko en Wall Street (Oliver Stone, 1987). Me imagino a mi gestor del banco, a la chica de la caja, al comercial de seguros ahí prometiendo comerse el mundo a mi costa. Llegar a las estrellas escalando sobre los cadáveres de sus adversarios, buscando el camino fácil, el like, el negocio rápido, al criptobró o compañero de gurú de los que abundan en las redes para dar el pelotazo rápidamente, sin estudios ni esfuerzo, algo que va en consonancia, de alguna forma, con los postulados de la nueva ley educativa, la LOMLOE, de la que en otra ocasión podemos hablar.


Prefiero pensar que, en estos tiempos post burbuja, post covid y post modernos, en los que nada se sostiene, en los que todo no es líquido, sino ya gaseoso, los que manejan nuestro dinero, nuestra salud o la educación de nuestros pequeños meditan, son conscientes de sus fallos, llevan un diario con sus logros y con aquello que les perturba, se molestan por mejorar, por inspirar y por alcanzar la excelencia. Pura cultura del esfuerzo. Esa ya desconozco si está tan de moda. Quisiera pensar que leen “Sobre la brevedad de la vida” de Séneca y que ocupan al menos 5 minutos de sus mañanas en pensar que todos vamos a morir, puede que muy pronto, por lo que hay que intentar hacer un mundo mejor más allá del postureo de redes y similares. Memento Mori, criptobró.


El estoicismo no es una moda. No es Luis Enrique estrimeando o no es lo que dice “El monje que vendió su Ferrari” o un post de Forocoches en el que se presume de ser estoico sin demostrarlo luego en el día a día. El estoicismo es un modo de vida en el que cada momento es un continuo aprendizaje y una nueva piedra de toque. Más que una moda. Pruébenlo. Lean a Seneca, a Epícteto, a Marco Aurelio o mejor aún, a Pepe García, el estoico español de referencia. Mañana estén más cerca de la virtud que hoy y sobretodo cultiven sus relaciones con los demás y con su autoestima. También lean, hagan planchas abdominales, —el deporte también es estoico en cuanto a que busca la excelencia física y mental de quien lo practica de forma adecuada—, y aléjense de vez en cuando de su móvil en pos de pasear por el bosque buscando la eudaimonia, ese estado positivo y divino que, con esfuerzo, podemos llegar a alcanzar por muy complicado que nos parezca.


Pongamos a Shakira. Abracemos al humor también en la literatura. Bailemos nuestras propias contradicciones y cabalguemos siempre hacia adelante acompañados de personas y lecturas que nos hagan crecer poco a poco pero de forma firme. Dejemos marchar a quien tiene que irse y seamos más fuertes evitando quejarnos y contemplando que toda acción humana tiene una explicación aunque esa acción nos perjudique. Quizás duela, pero ya lo dijo Séneca: “A través de lo áspero se llega a las estrellas”.

domingo, 1 de diciembre de 2024

Estimado escritor: pronto puede que ya no hagas falta

 

Estimado escritor: pronto puede que ya no hagas falta

domingo 27 de noviembre de 202218:56h (EL IMPARCIAL)


Confieso desde ya que en ratos libres navego por TikTok. Para no iniciados puedo decirles que es una especie de repositorio de vídeos que van pasando rápidamente por el teléfono a golpe de pulgar. A la cara nunca lo admitiré pero me gusta estar al cabo de la calle. El tiempo de usar el vocabulario del diccionario cheli de Umbral ya pasó, troncos. Llegó el momento de volver a tener flow a mis cuarenta y pico. Renovarse o morir.

Y así he descubierto un montón de aplicaciones chorras, de filtros, de trucos para pagar menos en algunos sitios y sobretodo de inteligencia artificial. El secreto de TikTok es su variedad. Su contenido se renueva al instante y es tan variopinto que siempre puede haber algo de interés, ya seas un adolescente con ganas de ver cacha o bien seas un sesentón con inquietudes filosóficas. Da igual. TikTok tiene algo para ti y además parece que está pensado con la exclusividad de ofrecértelo solo a ti.

La inteligencia artificial (llamémosla IA, porque ya es casi de la familia) tan pronto te pinta un cuadro según le vas metiendo palabras aleatoriamente, como te hace una canción o te retoca una fotografía. Sin embargo lo que más me ha llamado la atención es la web de la aplicación “Rtyr”, palabra cuyo sonido es similar al de writer, es decir, escritor en inglés, y que me ha dejado totalmente desconcertado ante las posibilidades que puede tener su funcionamiento.

Nada más entrar en la web podemos elegir lenguaje, tono (convincente, casual, informativo, apasionado…) y por último seleccionar cuál es la finalidad del texto, si es para blogs, para email de negocios, como enunciado divulgativo e incluso con ínfulas de parecer científico.

Lo pruebo. Pido que me haga una canción casual, le meto en inglés lo primero que se me ocurre: canción de amor, sin ella, caminar el filo de la navaja, le doy a generar y… ¡sorprendente!, la IA me escribe la letra de una canción un pelín manida pero con estrofas sorprendentes como “Fingiendo que no estoy esperando/seré las sombras,/el que vive en tu cabeza./Yo seré el que estás rescatando,/el que se hunde en la arena”

Al ver el resultado pienso en el matemático francés Borel y en su teorema del mono infinito. Este decía que un mono pulsando teclas al azar durante un tiempo infinito podría escribir finalmente un texto exacto al Hamlet de Shakespeare o al Quijote de Cervantes. El mono ha sido sustituido por nuestra querida IA que, además, puede entrenarse y afinarse.

Sigo informándome sobre la inteligencia artificial y literatura y me encuentro con que muchos textos destinados a páginas web ya son realizados por la maquinita que ni siente ni padece, pero que une bastante bien las palabras sin apenas incongruencias ni errores sintácticos, entonces ¿qué sentido tiene contratar a alguien que explique los servicios o productos a la venta en un portal web? Ya les contesto yo: ninguno. Ya tenemos a IA que además no cobra ni pide permisos para ir a las reuniones de padres en el colegio. En realidad he de suponer que ya se trabaja concienzudamente en ello, en que los escritores no hagan falta y que el programa de turno sea capaz de articular lo que sea dándole unas cuantas premisas previas con el fin de evitar el trato con los escritores, el negociado con su agente, su falta de calidad o de inspiración, y sobre todo, el pago de los derechos por su obra.

Viendo la evolución del invento me pregunto para cuándo un libro realizado íntegramente por IA. Según el matemático Eduardo Sáenz de Cabezón su entrevista en el podcast de Jordi Wild todavía queda mucho tiempo hasta que la máquina perciba el sentido artístico de su obra y le dé por construir, y aquí me refiero a escribir, pintar, esculpir, crear una canción… por sí misma. El factor humano sigue siendo imprescindible en la creación artística sobre todo para las obras complejas como puede ser una novela.

Sin embargo en las distancias cortas no lo tengo del todo claro. Ya leo las descripciones de productos o los artículos de los periódicos y blogs que sigo con cierto reparo. La IA está ahí, en algún lugar aprendiendo a escribir, siendo corregida de sus errores y poco a poco siendo premiada en sus aciertos. Puede que una novela con toda su complejidad por ahora no, pero ¿quién sabe?, quizás como a mi le haya dado por escribir una columna sobre literatura y tecnología. Si es así escudriñen bien este artículo, no sea que yo, quien escribe, no me llame David y sea solo uno de esos tentáculos creativos del microchip.

sábado, 27 de mayo de 2023

No estaba muerto, estaba de parranda

 


Bueno, pues vuelvo. Seis años ya ha sido bastante descanso. Aprovecharé para ir subiendo las columnas que vaya publicando en otros sitios como en El Imparcial o La Voz del Trubia. Y no, no me da pereza volver a hacerlo.

martes, 24 de octubre de 2017

Dry Martini



El genio que posaba en el MoMa de Nueva York en 1942 con la ciudad a sus pies, un cigarro negro en la mano izquierda, traje gris oscuro, chaleco, corbata impecable,  sujetándose los tirantes con los pulgares y sonriendo, ahora es un anciano que remueve con una cuchara una jarra helada. <<Qué epoca diabólica la nuestra: la multitud, la niebla tóxica, la promiscuidad, la radio, etc. Yo volvería encantado a la Edad Media, siempre que fuese antes de la Gran Peste del siglo XIV>>, llegó a decir.

Casi ciego, más sordo aún, dice que aún siente la emoción de la tamborrada de su pueblo en la mañana de Viernes Santo. En realidad siempre la ha sentido allá donde estuviera. El DF, París, Madrid, Berlín, Venecia... Jamás ha olvidado el sabor de los melocotones dulces en septiembre, ni tampoco ha superado el miedo a volar. <<O aquí o allí>>, decía cuando llegaba a América, siempre por una larga temporada.

Ahora es realmente feliz por primera vez en su vida. Lee y relee “La vejez”, de Simon de Buvuar y ya no hay ataúdes corriendo solos en el desierto, profetas sobre su pedestal ni hombres del saco que se parecen a Fernando Rey llevando un costal gris ajado porque sí. La felicidad absoluta la ha conseguido a pesar de la edad y de la oscuridad de la obra de Buvuar gracias a la impotencia. Al nulo deseo sexual que, enterrado en los años, alcohol y tabaco, ha hecho al genio abandonarlo todo, ser uno de sus olvidados, dejar salir a los apresados en su “Ángel exterminador” y que por fin echen a volar, como lo hicieron sus días, sus sueños, la luna que es un ojo con una cuchilla que lo corta.




El loco de Calanda todavía bromea y hace unos días que ha firmado, bajo notario, ceder todos sus bienes a Nelson Rockefeller, el hombre más rico de la tierra. Desea con todas sus fuerzas que su obra se incinere y desaparezca a la vez que su maltrecho cuerpo,  ¿toda ella?, no. Toda no. Podéis quemar las películas, la asquerosa autobiografía en la que al final pide poder levantarse de la tumba cada diez años a leer el periódico y volver a dormir durante otros diez y así sucesivamente. No, todo su legado no. El genio fue vasto y rudo, pero nadie consiguió superar su obra maestra, el delicado pulso del orfebre, aquel que amarró un burro muerto a un piano y dos monjes, aquel que puso liguero y bigotes a Silvia Pinal y la llamó Satán. Catherine Denueve como Belle de Jour pasea por la Rúe Chénier buscando un prostíbulo, el más sórdido para trabajar en el, dejando a su paso un rastro de Chanel nº5 para poder regresar a su hogar de rica, a sus viajes y sus compras.. Sed para Simón en el desierto, años en un pedestal y al final acabar en un antro de jazz; siempre lo mismo pero siempre diferente, el genio no puede parar de crear.

Y no, no eran películas lo que Buñuel concebía al final de su vida, sino cócteles basados en Dry Martini. Un poco de ginebra aquí, un rayo de sol que atraviese una botella de Noilly Prat  por alláy luego choque contra el Martini seco, muy seco. Las copas, la ginebra y la coctelera con al menos doce horas de frío para luego tomarlo siempre entre las doce y las tres, ni un minuto menos ni un minuto más, sino ¡sacrilegio!




El genio se relame en esa burbuja surreal en la que vive. Es lo mismo que ni vea ni escuche. Felicidad en un coctail de Martini, felicidad.  Me gustaría ver la cara de Rockefeller al leer el acta notarial en el que Buñuel le cedía todos sus bienes materiales, pero he de confesar que entre toda la obra de Buñuel sin duda me quedo con una de sus últimas frases, etílica y onírica, como su autor, que decía así:

"A fin de cuentas la edad no importa, eso sí, a no ser que usted sea un queso".





La neolengua me produce saburra

  Publicado originalmente en "El imparcial" martes 03 de enero de 2023 ,  20:14h David Fueyo Escritor Como esto del columnismo en ...