Hace unos días llegó a mis manos un ejemplar de la revista de poesía "Lúnula". A mis manos ha llegado exáctamente el número 4 perteneciente al primer trimestre del año 1996.
Tanto el contenido como el formato de la revista me ha llamado mucho la atención en cuanto a que es una revista muy bien estructurada, única y exclusivamente de poesía, en este caso de realismo sucio como homenaje a Charles Bukowsky. El número cuenta con poemas de Karmelo C. Iribarren, Pablo García Casado y Roger Wolfe entre otros. Editada por una de las entidades que más ha hecho por la cultura en el Principado de Asturias; el Ateneo Obrero de Gijón, esta revista es un claro ejemplo de lo que una buena revista de poesía habría de ser. La pena es que la última noticia que se tiene de esta publicación es del año 2000, habiendo desaparecido en aquella época como otras muchas publicaciones que se han ido quedando por el camino, bien por falta de recursos, por desidia o por haber visto más viable su publicación de forma electrónica.
El caso es que somos muchos los poetas o al menos los aprendices de ello, que echamos en falta una buena publicación poética en la que mostrar nuestra obra de forma conjunta, con una distribución al menos regional (Lúnula era de distribución nacional) , así como en la que podamos conocer la obra de nuevos valores que, de otro modo nos es muy complicado acceder a ella.
Cierto es que hay muchas y muy variadas publicaciones poéticas en la red, pero coincidíamos muchos y muchas compañeros y compañeras de tertulia en que no hay una revista de este tipo, que incluso carece de editorial y ya desde la página 2 comienza yendo al grano. Son las ventajas y los inconvenientes de las publicaciones electrónicas, muchas y muy variadas, quizá tantas que es dificil saber dónde buscar, dónde publicar,´y cómo distribuir. Quizá parezca excéntrico hablar en el 2011 de la vuelta a la publicación en papel, quizá parezca un paso atrás, pero en ocasiones sería necesario darlo, como creo que es el caso, por el bien de conocer y darse a conocer. Estos (y otros muchos) son, como dice un buen amigo mío, daños colaterales de la posmodernidad.
Detesto el autobús. La buena
educación que nos obliga
a ceder el asiento
a esas señoras
que hasta que no se sientan
puede darles
cualquier cosa fatal.
Los empujones. El olor. Que nadie
fume y tenga que aguantar
todos los pormenores
del infarto
que le dio a no sé quién.
Las leyendas que llevan
en los flancos.
Los frenazos. Y muchas
cosas más que ahora me callo
porque me bajo aquí.
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