martes, 18 de diciembre de 2012

Edwin Aldrin. Un poema de "Mi primera colección de perdedores"

El pasado jueves en la presentación de "Mi primera colección de perdedores" fué muy comentado por mi compañero de presentación, Jorge Ordaz, este poema en el que hablo de Edwin "Buzz" Aldrin, el segundo ser humano en pisar la luna. Hablamos de lo cerca que tiene el ser humano el cielo del pozo, de si es más perdedor no el que más abajo cae, sino el que cae desde más arriba, y en este sentido Buzz Aldrin posiblemente sea el perdedor que desde más alto ha caído, desde la misma luna. Este fué el primer poema del proyecto que viño la luz el pasasdo viernes, y esta es la historia de Aldrin tal y como la recojo en mi poemario.



Edwin “Buzz” Aldrin (1930-) es un astronauta norteamericano conocido por ser el segundo hombre –tras Neil Armstrong- en pisar la luna. Sus conversaciones mientras recogían muestras fueron de lo más curioso, pasando de la euforia del primer momento a otros temas tan trascendentales como cuál era el restaurante que servía la mejor guarnición o sobre sus citas con una chica llamada Samantha. Al volver a la tierra y tras pasar la cuarentena no pudo soportar el impacto emocional que su hazaña supuso, por lo que cayó en el alcohol y perdióo su trabajo como ingeniero, pasando a vender coches y a malvivir con escasos recursos a pesar de haber logrado un hito en la historia de la humanidad como el que protagonizó con Armstrong y Collins. Posteriormente dejó el alcohol y volvió a trabajar en temas relacionados con la ingeniería aeroespacial; sin embargo, su caída a los infiernos tras haber llegado a la luna lo hace merecedor de un poema perdedor como este.

El efecto Edwin Aldrin


Paseaba por la luna hablando de guarnición y de ti, Samantha,
viví la cuarentena del héroe entre tu edredón y mis lágrimas,

y luego vagué borracho y desesperado

diciéndote cuando tú no estabas esa luna era toda tuya,

que te la regalaba.

Sonreí ante la muerte cercana y me creí poseedor de la llave maestra

de todas las habitaciones oscuras y húmedas

con aroma a suicidio sin sangre,

a día en el que es obligatorio ponerse corbata.

Fui sordo mientras tú me hablabas,

un tierno Barrabás de pega,

tu aliento imantado,

mi mente entre tus bragas.   Me retiré para poder ver como tú ganabas

mi ausencia, el pasado escrito en mi diario,

la luna inventada por Kubrik tras aquella montaña,

astronomía inalcanzable con los pies en la tierra,

alguna locura improvisada entre banderas inmóviles y estrellas falsas.

Tras la soledad de la barra de un bar

-alcohol y drogas para amortiguar la bajada-

era la bayeta la que limpiaba las lágrimas,

era ella, y no yo,

solo ella,

la que lloraba.



David Fueyo, "Mi primera colección de perdedores"

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